Jose Antonio Marina
"El autor explica el poderoso movimiento renovador que se está dando en la psicología que, entre otras ventajas, tiene la de integrar en un modelo único los valiosos pero parciales resultados de otras especialidades."
"Lo que uno piensa sobre la inteligencia humana acaba determinando
los métodos educativos y, a la larga,
nuestro modo de vivir. La psicología tiene una presencia social cada vez más
profunda y ubicua y, sin embargo, vive un momento de fragmentación que la hace
brillante, pero en ráfagas inconexas. Desde la educación, necesitamos una teoría psicológica más potente y mejor estructurada. Estamos sometidos a
una psicología de la hamburguesa en la que se ha
troceado al ser humano, sin duda porque la especialización es necesaria para el
progreso científico, y luego no se sabe cómo volver a unir los trozos. Hay una
proliferación de teorías, de terapias, de métodos, que no augura nada bueno.
Pondré algunos ejemplos. Durante 30 años, la corriente psicológica más
potente fue el conductismo. Defendía que no se
puede conocer lo que pasa en la cabeza de una persona y que sólo se puede
estudiar su conducta visible. Hay que aplaudir su rigor científico, pero acabó
siendo víctima de su propia seguridad. Skinner, su máximo
representante, pensaba que la sociedad estaba comportándose de manera inicua al
fundar su edificio ético en nociones como la
libertad y la responsabilidad, que le parecían falsas y destructivas,
porque impedían conseguir una sociedad justa y benéfica aprovechando una
ingeniería social fundada en la psicología conductista.
Las teorías de la motivación también nos meten en un atolladero. Intentan
explicar el comportamiento de una persona. Los motivos proporcionan dirección y
energía para actuar. Estar motivado se convierte en condición indispensable
para la acción. Lo malo es que una persona no puede decidir estar motivada,
porque no depende de ella, por lo que está en manos de los impulsos o del azar.
La neurociencia tampoco aclara las cosas. No sabe qué hacer ni con la
consciencia, a la que muchos expertos consideran un epifenómeno inútil, ni con
el sentimiento de ser libre de hacer o no hacer, que experimentamos todos. El
origen de esta afirmación está en los experimentos de Benjamin Libet, que mostró que unos doscientos milisegundos antes de que tomemos
conscientemente una decisión ya se han activado los centros neuronales
correspondientes. Es el cerebro quien toma la decisión, antes de que nosotros
nos enteremos.
La psicología de la personalidad también tiene poco
que ofrecer a la educación. Personalidad es una pauta estable de conducta que
nos acompaña a lo largo de la vida. Al parecer, hay una estabilidad en los
rasgos que la definen, que en este momento son los Big five, que pongo en inglés porque son de difícil traducción: Openness (apertura a nuevas experiencias), Conscientiousness (responsabilidad), Extraversion, Agreeableness (amabilidad) Neuroticism (inestabilidad).
He dejado de lado escuelas pedagógicas que también se centran en un aspecto
de la compleja inteligencia humana y dejan de lado otras. Así sucede con la
psicología cognitiva, que vino a corregir los excesos
del conductismo, pero que, como se ha lamentado uno de sus creadores, Jerome Bruner, se ha perdido también en una proliferación de constructos; la
inteligencia emocional, que milagrosamente pensaba resolver todos los problemas
con la educación emocional; o las inteligencias múltiples, cuyo éxito, en
parte, se debía a haber hablado de «inteligencias», cuando en realidad estaba
hablando de meras competencias. Tampoco quiero hablar de los anticuados modelos
de memoria que estamos transmitiendo, y que apenas tratan de uno de los
conceptos más brillantes que ha inventado la neurociencia: la working memory.
Este paisaje de fragmentos brillantes pero desconectados, está provocando
desconcierto pedagógico. Por eso, creo que es importante saber que se está
produciendo un poderoso movimiento renovador en la psicología que, entre otras
ventajas, tiene la de integrar en un modelo único los valiosos pero parciales
resultados de otras especialidades.
Todo comienza con dos afirmaciones que me parecen fundamentales: (1) La función de la inteligencia no es conocer ni sentir, sino dirigir el
comportamiento. Todo lo demás está al servicio de este objetivo. (2) La aparición en la inteligencia humana de la capacidad de controlarse a sí
misma marca su salto evolutivo. Como ha escrito Roy Baumeister, la posibilidad de autogestionar la propia inteligencia constituye el
núcleo de la humanización. Desde los estudios de Walter Mischel se consideran que la fortaleza de las funciones ejecutivas prevé mejor los
resultados académicos, la inserción laboral, y la evitación de conductas de
riesgo, que los test de Cociente Intelectual.
Los autores que han influido en al arranque de esta teoría han sido el
genial Lev Vigotski, el no menos genial Alexander Luria, y nuestro Joaquín Fuster, por sus estudios
sobre el córtex prefrontal. Todos ellos abrieron el camino hacia el estudio de
las funciones ejecutivas de la inteligencia, es decir, de las encargadas de
autocontrolar -dentro de ciertos límites- nuestro propio comportamiento.
El asunto no queda aquí, porque tenemos que aclarar sobre qué ejerce su
control esta inteligencia ejecutiva. Pues lo ejerce sobre las funciones básicas
de la inteligencia -percibir, atender, recordar, relacionar, pensar, sentir,
actuar, etcétera- que quedan transformadas al poder ser dirigidas a metas
lejanas. De estar suscitadas y dirigidas por los estímulos y el entorno, pasan
a estarlo por objetivos elegidos por el propio sujeto. Puedo dirigir la mirada
mediante un proyecto, prestar atención voluntariamente, tomar decisiones,
mantener el esfuerzo, etcétera. Es así como se van adquiriendo las competencias
que conducen a la autonomía. Gran parte de los problemas que vemos en las aulas
derivan de la falta de autocontrol. Esas funciones
básicas las realiza nuestro cerebro sin que sepamos cómo lo hace. Forman parte
de lo que se denomina nuevo inconsciente, inconsciente cognitivo o inconsciente
neuronal, para distinguirlo del freudiano. La mayor diferencia es que mientras
que el inconsciente psicoanalítico determina la conducta, el nuevo inconsciente
puede y debe ser educado.
Nos encontramos ante una teoría dual de la inteligencia, que incluye un
nivel no consciente (inteligencia generadora) y un nivel
consciente que intenta controlar al otro (inteligencia ejecutiva). Este modelo fue
anunciado por Vigotski y Luria, e impulsado por Ulric Neisser, Tim Shallice, Donald Norman, Robert Sternberg, Rom Harré, Antonio Damasio, Guy Claxton, Seymour Epstein, Russell Barkley, Jonathan Evans. Conocida formulación es la de Daniel Kahneman, Nobel de Economía,
en su obra Pensar rápido, pensar lento.
La inteligencia dual ofrece a la pedagogía un modelo extraordinariamente
útil. La educación consiste en facilitar el desarrollo de las funciones
ejecutivas y en ayudar a configurar bien la inteligencia generadora, de la que
van a proceder las ideas, las emociones, los recuerdos, los proyectos. Nos
permite ampliar la inteligencia, convirtiendo en
hábitos operaciones que primero tenemos que hacer atentamente. Incluso con las más
sofisticadas matemáticas o teorías científicas sucede lo mismo que cuando
aprendemos a conducir un coche. Lo que al principio tenemos que hacer poniendo
los cinco sentidos, al final lo hacemos automáticamente. La ampliación de la inteligencia a que me refiero se parece a la
introducción de una nueva aplicación en un móvil. La potencia del
aparato es la misma, pero su capacidad operativa es mayor. De eso se trata
también en el caso humano. Y eso debe conseguirlo la educación.
Creo que la ciencia española puede estar en la vanguardia de esta
revolución psicológica. Por eso, desde la cátedra que dirijo en la Universidad
Nebrija, titulada Inteligencia ejecutiva y educación, hemos organizado un
simposio sobre el tema, que se ha celebrado en Madrid los días 18 y 19 de mayo,
y del que todo aquél que esté interesado puede informarse en internet: Simposio sobre inteligencia ejecutiva y educación. Tenemos el honor de
que la conferencia inaugural haya corrido a cargo del profesor Joaquín Fuster, cuya influencia ha sido decisiva en estos estudios. Ha realizado toda su
obra investigadora en Estados Unidos, y merece ser mejor conocido en España."
José Antonio Marina es filósofo, ensayista y pedagogo.
Publicado en El Mundo. TRIBUNA. 24 de mayo de 2018
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